Una vez más, cuando Novak Djokovic está por medio, se cumplió el pronóstico. El mismo que se repite una y otra vez en el último año. Gana él. Da igual el torneo, la superficie, el rival y las circunstancias que rodeen al partido. El serbio siempre es favorito indiscutible, las cuotas que ofrecen las casas de apuestas por su victoria son paupérrimas y todo el mundo, aficionados, expertos y profesionales, parecen dar por descontada la victoria del número uno, allá donde se encuentre.
Djokovic se impuso a Murray en tres sets 6-1 7-5 7-6(3). No hubo apenas emoción y no será un partido que pase a la historia por su brillantez. El tenis sólido y eficaz del de Belgrado fue más que suficiente para doblegar a un Murray, que fue a contracorriente desde el principio, y al que se le notaron más sus defectos que sus virtudes, desde la debilidad de una derecha que no acaba de estar a la altura de su categoría como jugador, y que flaqueó ostensiblemente cuando Djokovic aceleró el ritmo, a la inestabilidad que manifestó profusamente en forma de gritos, quejas, sonrisas escépticas y todo su catálogo de muecas.
La impresión es que Djokovic no tuvo que exigirse su mejor tenis para ganar el partido cómodamente. Como, por otra parte, empieza a apreciarse a menudo en la mayoría de los que juega. En este Open de Australia solo en los dos primeros sets contra Roger Federer se vio un tenis realmente sublime del serbio. Parece como si el número uno del mundo solo se exprimiera al máximo con el suizo, además de con Rafa Nadal, sus dos rivales más difíciles de siempre. Las semis de este Open y la final de Doha contra el español han acaparado los mejores minutos del serbio en estas primeras semanas de la temporada.
Djokovic ha alcanzado una esplendida madurez como deportista. Su tenis fluye con facilidad, su físico está en plenitud y su confianza está por las nubes. La superioridad que ha demostrado en los últimos meses ha acabado por convencer a todos sus rivales que es un jugador prácticamente invencible. Y ese íntimo convencimiento, nunca expreso como no podría ser de otra manera, es un factor adicional del que no disfrutaba en 2011; es muy difícil lograr la victoria si no se cree realmente en ella. Djokovic, que es plenamente consciente de ello, sabe que la intimidación que sufren sus rivales es otro cañón en su arsenal.
Quizá por eso escasean cada vez más aquellos restos directos a los pies del sacador que veíamos en 2011. O le veamos cada vez menos apurar sus tiros a las líneas. O que cada vez sea más frecuente verle jugar a velocidad de crucero, con mucho margen, poco riesgo y un par de marchas en la reserva, consciente de que jugando a ritmo desde la línea de fondo es inabordable y que el error llegará de enfrente antes que de su lado. Djokovic ha ido definiendo sus tácticas contando con que el reverencial respeto que infiere en su rival y reservando el 100% de su potencial para ocasiones especiales.
Alguna estadística es significativa en este sentido. Djokovic ha ejecutado en el torneo 264 golpes ganadores, uno por cada 5,61 puntos disputados. Puede parecer normal que esté lejos del estilo más agresivo de Federer, que ha necesitado en Melbourne 4,5 puntos para cada ganador. Pero extraña más que Murray, un jugador de corte más defensivo, ejecute ganadores con más frecuencia, uno por cada 5,58 puntos. Por cierto, en este mismo torneo, en 2012, Djokovic hizo 279 ganadores, uno por cada 5,4 puntos.
Y eso contando con que en el partido con Gilles Simon, en octavos de final, Djokovic se fue a los 62 ganadores… y los 100 errores no forzados. El astuto «pollito» francés supo sacar al número uno de su esquema, ralentizando el ritmo, jugando con extrema paciencia y obligando a que fuera su intratable rival el que tomara los riesgos. Esa inteligente táctica incomodó sobremanera a Djokovic y estuvo a punto de costarle un disgusto, que eludió finalmente en el límite del quinto set.
Volviendo a la final, es significativo que incluso cuando Murray apretó los dientes y se resistió a su destino, en los sets segundo y tercero, Djokovic no mudó el gesto ni el esquema. Hasta prefirió en ocasiones no atacar las bolas cortas que le dejaba el escocés en beneficio de reducir los riesgos, a costa incluso de ceder la iniciativa. Tiene tanta confianza que realmente parece que no le importa. Las estadísticas vuelven a reflejar este hecho, 40 ganadores de Murray por 31 de Djokovic. Pero la otra cara de la moneda es la que cuenta. 65 errores del británico por 41 del serbio. 24 de diferencia, justo la distancia final de puntos ganados que hubo entre los dos finalistas.
La fría y serena celebración de Djokovic al final del partido, la ausencia de una explosión de alegría desbordante indica también con meridiana claridad que el serbio no sufrió en demasía para anotarse su undécimo Slam. Mientras Murray se consumía entre quejas y protestas, Djokovic sabía que iba a vencer mucho antes de ejecutar el «ace» con el que finiquitó el partido.
Djokovic gana y sigue ganando, sin que nadie parezca ser capaz de detenerle. Mientras sus rivales se rompen la cabeza pensando en como romper esa dinámica, el serbio se aplica agigantando su figura y su lugar en la historia del tenis. Hoy ha alcanzado a tres campeonísimos como Bill Tilden -que también tiene 11, por más que se empeñen algunos en insistir que se quedó en 10- Bjorn Borg y Rod Laver. Próxima estación, Roy Emerson.
Gabriel Garcia / thetennisbase.com
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