Actualidad París, 5 junio. Luis Miguel Pascual (EFE).

Novak Djokovic borró de su lista la última frontera que le quedaba, levantar el trofeo de Roland Garros y poner sobre su cabeza los cuatro grandes, lo que le consagra como un tenista obstinado hacia los propósitos que se marca, dispuesto a acabar con todos los límites.

Nunca antes un tenista había necesitado de tantas intentonas, doce, para alzarse con el Grand Slam de París. Pero ni las tres finales perdidas, ni las cuatro veces que cayó en semifinales, ni las dos veces que cedió en cuartos le apartaron de su objetivo.

Donde muchos veían un fantasma, Djokovic diseñó una motivación. Mientras muchos le creían obsesionado por la Copa de los Mosqueteros, el serbio trabajaba con obstinación para levantarla.

Lo hizo en una edición en la que ni el español Rafael Nadal, vencedor en 9 ocasiones, ni el suizo Roger Federer, ganador en 1, se opusieron a él por lesión.

Pero ese dato no borra una realidad: Djokovic es el gran dominador del tenis actual y su victoria en Roland Garros es el justo premio a un trabajador que se ha dejado la piel hasta conquistarlo.

A diferencia de otros números 1 que en el pasado tropezaron sin vencer en el Grand Slam de tierra batida, el serbio no ha parado hasta lograrlo.

No en vano, con 54 victorias en Roland Garros es el cuarto tenista de todos los tiempos que más partidos ha vencido en el bosque de Bolonia, solo superado por Rafa Nadal (72), Federer (65) y el argentino Guillermo Vilas (58).

La obstinación es un signo de su personalidad, una seña de identidad de un perfeccionista enfermizo que, en cada entrevista repite que su único objetivo es siempre mejorar.

Con ese principio como guía, Djokovic ha ido agregando a su paleta nuevos golpes, progresando en las diferentes superficies y, sobre todo, fortaleciendo su mentalidad hasta el punto de que en el circuito se ha ganado el sobrenombre del «robot».

Una imagen que el serbio trata de matizar a base de golpes de humor, de concesiones a la grada en busca de una sonrisa, de saltarse el guión establecido para no caer en el estereotipo del tenista previsible.

Con los años, el hombre que no dudaba en imitar los cabreos de McEnroe o las manías de Nadal, fue serenando su personalidad y se convirtió en un tenista más serio.

En la pista, el hombre que se venía abajo cuando el partido se ponía cuesta arriba, fortaleció también su carácter y dejó paso a su personalidad de fuerte luchador.

Pocos límites quedan al serbio. Los puntillosos anotarán que no ha ganado el Masters 1.000 de Cincinnati y el oro olímpico, tras haberse llevado el bronce en 2008.

O convertirse en el tercer tenista en la historia en ganar los 4 Grand Slam en el mismo año, algo que solo el estadounidense Don Budge y el australiano Rod Laver han conseguido.

O superar en número de grandes al suizo Roger Federer, que con sus 17 sigue a cinco del serbio.

Aunque nunca lo reconocerá, todos esos números están en la mente del calculador tenista, nacido en una familia de restauradores serbios el 22 de mayo de 1987 en Belgrado.

Como su padre había sido esquiador, ese parecía el camino marcado para el joven Novak, pero no fue esa su vocación, ni tampoco el fútbol, que también practicó su progenitor. Desde muy pequeño empuñó una raqueta y se formó en la academia de Niki Pilic, en la ciudad alemana de Múnich, donde pronto despuntó como un talentoso joven, sobre todo en pista dura.

En 2003 dio el salto profesional y pronto fue catalogado con un tenista de gran calidad que tenía que controlar sus impulsos.

En 2008 se alzó con su primer Grand Slam en Australia, pero por entonces todavía no estaba en disposición de rivalizar de forma duradera contra los dos capos del circuito, Federer y Nadal.

Fue a partir de 2011 cuando dio el salto definitivo, coincidiendo con la adopción de una dieta sin gluten que el tenista no para de alabar y vender como una receta mágica.

Ahí comenzaron a llover los títulos y alcanzó el número 1 del ránking que solo abandonó temporalmente tras un retorno de Nadal en plena forma.

Pero, para entonces, el serbio había convertido el tenis internacional en un triunvirato que, poco a poco ha ido fagocitando para quedarse como el único jefe del tenis. Él, solo ante sus límites.