En general, no hago pronósticos, me parece más lógico analizar cómo está el circuito, cómo viene en los últimos meses y tratar de ver para qué lado va la cosa. Nadie va a descubrir nada si dice que Nadal siempre es candidato a ganar en París. Frente a sus números no se puede discutir sobre el tema. Ganó en Montecarlo y Barcelona y no jugó mal en Madrid y Roma. Se reencontró con gran parte de su poder. Él tiene una gran virtud que es no apegarse a la opinión de la gente, a consejos de afuera de su equipo. Posee un entorno muy bueno que lo hace acomodar a las circunstancias. Lo acompañan personas que se capacitan, que buscan cómo remediar los problemas. Rafa jugó muchas veces con dolor y siguió hasta romper el temor. Probó el dolor hasta la última instancia. ¿Por qué? Porque no bajar los brazos está en su genética. Es el motor que lo llevó al lugar que llegó y ni siquiera pasó por su cabeza cambiar algo que tanto resultado le dio y que, cuando no ganaba, quizá lo pudo hacer dudar.

Su instinto le permitió esquivar las balas como en una guerra. ¿Por qué se tiró para tal lado para alcanzar aquel passing? No se puede saber, simplemente es así, lo empujó su olfato. Por esa fuerza interior Nadal salió de muchos malos momentos que padeció y hoy puede ser otra muestra de su entereza. Yo hacía algo similar: absorbía hasta lo mínimo que pudiera sacarme de un estado doloroso. De tanto jugar y haberme doblado y caído, aprendí a manejarlo. Nadal está dispuesto a ganar todo y los rivales entran con un zumbido en la cabeza frente a esa ambición. Es realmente admirable.

En todas las épocas, los campeones vigentes siempre se convertían en favoritos en los grandes torneos. Por algo son los campeones del momento. Crearon la forma para adaptarse a cada cancha. En Roland Garros se dan las condiciones que fortalecen a Nadal. Pase lo que pase, él se adapta. No tengo por qué pensar que no puede volver a ganar allí.

A propósito de sus recientes victorias, muchos me preguntan si me pongo mal al ver que algunos de mis récords son superados, como el de títulos en lentas que igualó Nadal. Siempre que un deportista pierde una marca es doloroso, porque queda atrás muchísimo esfuerzo personal que ya no se refleja en lo más alto, el único lugar que le interesa mirar a la gente. Pero también siento que es la evolución y no lo podemos alterar. En cierta forma, nos mantiene vigentes porque se recuerda a quien lo logró antes. No puedo desmerecer a nadie, todo lo contrario, es meritorio.

Durante mi carrera tuve obstáculos que no estaban a mi alcance sortear, que tal vez me podían colocar en otro escalón, no lo sé. Por ejemplo, cuando perdí contra la raqueta de doble encordado, inmediatamente prohibida, y cortó una racha de 53 partidos consecutivos. Eso fue realmente ridículo, porque no era algo parejo para todos. Tampoco estoy de acuerdo en que se cambien reglas que atropellen cosas que fueron conseguidas de manera leal en otras épocas. Me encantan los récords porque me llevan a rememorar todo lo que corrí, los partidos largos, las veces que me sobrepuse a errores dirigenciales… Tener un récord tantos años es muy emotivo y, si alguien te lo quita de manera honesta, es justo. No se puede tener todo lo que uno quiere.

Leí también que una de las marcas, la de partidos ganados en lentas, nunca será alcanzado. Y, la verdad, no puedo decirlo, los jugadores se superan y las marcas también. Sé que  los tenistas de hoy no están muy cerca de eso, pero tampoco estoy custodiando mis récords todos los días… Cuando comencé a jugar había temas no definidos, detalles reglamentarios que dejaban huecos… En Roland Garros, un año nos hicieron jugar a Manuel Orantes y a mí de noche, con unas pequeñas luces, casi en penumbras. No era normal jugar de noche en París, pero lo hicieron. La luz tan ténue me destrozó los ojos; yo veía mal de noche. Pero se hizo y perdí. ¿Era posible que pasara? Me manejaba en medio de esos problemas.

Ah, otra vez, también en Francia, programaron un partido mío contra Harold Solomon antes de abrir el club al público: como hacíamos partidos muy largos, prefirieron comenzar antes, sin gente… No resultaba fácil entender al tenis y esos imponderables podían perjudicar el récord de cualquier jugador. Estar al frente de una estadística es lindo, son cosas que quedan en el corazón, le hacen bien al ego. Es lógico que no me cause gracia que me quiten las marcas: no querés que se vayan porque hace que te recuerden. Como todos, trabajé para perdurar y, en algunos temas, lo logré. No me pego la cabeza contra la pared: yo di todo y hoy vivo relajado porque ¡no tengo forma de revertir nada!

De vuelta a los candidatos para esta edición de Roland Garros, es imposible descartar a Djokovic. Parece como que necesita ese título para refrendar –aunque pienso que es evidente que no hace falta– su condición dominante en el circuito. Lo vi un poco agobiado en Roma, pero es normal. Regresará de a poco, no necesita jugar como un loco, porque cuando la madeja se deshace, aparece. Siempre muestra ganas de salir de los problemas, se le nota en la cara: «Esto soy ahora, pero después verán lo que tengo», parece decir.

En los últimos torneos de polvo de ladrillo se acopló Murray, que ya tuvo buenas sensaciones en Montecarlo contra el mismo Nadal, después se acercó un poco más en Madrid donde le encontró solución a la defensa del español y remató en Roma, con otra demostración de cómo evolucionó semana a semana en esas canchas. Es candidato, pero lo veo nervioso. Eso no es malo, porque demuestra que está atento, sino que puede perjudicarlo más que nada por el piso, el desgaste en su cuerpo que le producirán posibles batallas en polvo.

Roland Garros es un torneo difícil, que desgasta y lleva al límite lo físico y mental y, a veces, no se puede dosificar la energía. Puede tocar un rival muy complicado en primera rueda, otro en octavos y, si acceden a semifinales, muchos llegan fundidos por uno o dos partidos previos que los mató. A mi me pasaba con Solomon, un jugador que todos queríamos evitar en medio del torneo porque nos llevaba al límite del esfuerzo: hasta cuartos de final siempre fue complicadísimo por su estilo de juego y, el que lo enfrentaba, sabía que tenía que estar corriendo de dos a tres horas sin parar.

Por último, veremos si Wawrinka puede defender el título, pero no tuvo una previa muy destacada, se lo ve más vulnerable que el año pasado, aunque todo puede cambiar de un día para el otro en este nivel tan alto y con su talento. Hay muchos capaces. El tenis está caldeado con chicos nuevos que pueden sorprender, aunque quizá  es prematuro pensar en que alguno de la nueva camada llegue hasta el título. No es imposible, pero tal vez les falte tiempo para madurar. Me da la sensación como que puede estallar alquien y dejar algo cerca del final a modo de expectativa para el futuro. También me gustaría que algún francés pueda presentar una buena guerra hasta los últimos días. Lástima que no podrá jugar Monfils, pero ojalá suceda, porque hace bastante que no pasa con alguien local y estaría bueno verlo: le hace falta a la historia del torneo francés.

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