Actualidad Málaga, 14-04-2016. Gabriel García / thetennisbase.com.

A la hora de escribir estas líneas restan por disputarse 11 partidos en el torneo de Montecarlo, pero será difícil que ninguno supere en calidad y emoción al primer set que han disputado este jueves Rafael Nadal y Dominic Thiem en la pista Rainiero III del Country Club,  donde el español ha vencido finalmente por 7-5 y 6-3 para situarse en los cuartos de final de uno de los torneos en los que ha cimentado su fama de rey de la tierra.

Salió el austríaco dispuesto a reeditar su reciente victoria en Buenos Aires. El plan estaba claro, cargar el juego sobre el revés de Nadal, acorralarle en el rincón derecho de la pista para, en el momento oportuno, soltar el ganador al otro lado o ganar la red con ventaja. La táctica funcionó a la perfección; con golpes profundos y pesados Thiem dominaba a placer el ritmo del encuentro y no dejaba ganar pista a Rafa. El premio llegó pronto con un break en el tercer juego.

Pero Rafa es una roca. Quizá el tiempo haya desgastado algo sus filos, pero sigue siendo un muro.  Siempre está ahí, esperando el momento apropiado, atento a la mínima vacilación de su rival. En el sexto juego, Thiem bajó un poco el nivel y Nadal aprovechó la circunstancia para volver a equilibrar el partido.

Entonces se desató el vendaval Thiem. El austríaco desarboló a Nadal con todo tipo de golpes: passings increíbles, ángulos inverosímiles, contrapiés sorprendentes… un juego completísimo y de muchos quilates al que el manacorí apenas podía poner otra oposición que una defensa numantina. Hasta 12 bolas de quiebre manejó Thiem entre los juegos séptimo, noveno y undécimo -para un total de 16 en la manga- fruto de su tenis dominante. Pero entonces se puso de manifiesto la bisoñez del austríaco, al que los nervios y la precipitación le impidieron materializar siquiera una de sus oportunidades.

Así, con 6-5 y Thiem sacando para el tie-break, la presión cambió de lado. El austríaco, que se vio ganador mucho tiempo, no se adaptó bien a la situación y Nadal, magistral gestionando cada momento del partido, no dejó pasar la ocasión para colocar el 7-5.

Con ambos jugadores seriamente castigados por el esfuerzo, la segunda manga fue otra historia. Thiem, acusando el golpe psicológico, perdió la paciencia y comenzó a jugar mucho más directo. Pecado mortal en tierra batida y ante Rafa Nadal. Dada la calidad que atesora pudo conectar algunos ganadores espectaculares e incluso rompió a Nadal -esta vez a la primera oportunidad- en el tercer juego.

Pero el tenis es juego de porcentajes y Thiem no podía ir muy lejos con ese esquema. Perdió su ventaja en el cuarto juego, y su tenis se fue desinflando paulatinamente mientras que la bola de Nadal, avivada con la confianza del que vislumbra como el rival se debilita, era cada vez más rápida y pesada. Thiem aguantó hasta el 3-3 pero ya no pudo pasar de ahí.

Nadal demostró una vez más su maestría en la tierra batida, paciente, experto, sin desesperarse nunca y sabiendo que, por mucho tenis que tenga enfrente, su oportunidad siempre llega. Sigue siendo el monarca de la tierra porque lee los partidos y maneja los momentos como nadie. Enfrente, Thiem, el príncipe, un jugador enormemente dotado en el que se adivina a un futuro campeón de Roland Garros y al que solo le falta un punto de maduración. La tierra de Monte Carlo acogió hoy a su dinastía más pura, pero la sucesión tendrá que esperar.